Maestro, permíteme el atrevimiento de escribirte con toda la franqueza que me da ser un enamorado más de la magia de tu obra “Las Meninas” desde hace muchos años.
Al principio, fue tal vez la mirada inocente de la infanta, su postura, su silueta indumentaria, sus rubios cabellos, no podría recordarlo ahora mismo, pero todavía no sé por qué no me fijé en los otros personajes, en el perro, en la potencia de la perspectiva o en la perfecta iluminación de la escena que todos los estudiosos elogian.
Si en este momento estuvieras mirando por un agujero y contemplando la osadía que han tenido multitud de admiradores al releer y reinterpretar constantemente tu obra, esa fuente inagotable de inspiración y energía, no sé qué sentirías. Felicidad? Irritación al comprobar que tu obra ha sido desvirtuada, recreada o hasta mal interpretada? Sin duda, no la pintaste para eso en 1656.
A pesar de la distancia que me separa de tu estilo barroco, no he podido resistir la tentación de intervenir en tal osadía, ni evitar mi complicidad y participación en el “atentado”.
Sin embargo, tengo la conciencia tranquila. “Atentado”, según el Diccionario de la RAE es “una agresión grave a la autoridad” y aquí, la autoridad es Diego Velázquez y nadie más, y no solo eres la autoridad sino que la seguirás siendo eternamente, porque por muchas lecturas y relecturas que se hagan de tus Meninas, las auténticas siempre serán las tuyas. No obstante, quiero decirte: Diego, solo me acuso de haberme dejado llevar por la fuerza del imán que tú impregnaste a tu obra.
De todas formas, siempre pensé que tú en aquellas fechas, ya tuviste la premonición de que algo iba a pasar con tus Meninas, y para ello te instalaste en tu propio cuadro, como haciendo guardia a las mismas de manera permanente para que nadie las tocara, para que donde fueran las Meninas también fueras tú, y de hecho así ha sido hasta hoy. Evidentemente.
Discúlpame y recibe un cordial saludo.
Rafael Carrió